Madama Butterfly – Opera 2014

PROGRAMA DEL TEATRO COLÓN – ÓPERA TEMPORADA 2014

 MADAMA BUTTERFLY DE GIACOMO PUCCINI

 buterfly

 

 

Una ópera de pasión, amor y desesperanza
Por Elena Levin

 “Enigmático, lejano y por eso sugerente, el Oriente ha ejercido gran seducción sobre el mundo Occidental desde tiempos lejanos. El encantamiento ha sido mutuo, muchas veces sacudido por un verdadero choque de culturas.” (Ernesto Schoo: “El hechizo de Oriente”. Revista Teatro Colón, Año 3, No 21)

Madama Butterfly narra la historia de una geisha de Nagasaki, Butterfly (Cio-Cio-San), que confía ciegamente en el amor de un cínico oficial de la Marina norteamericana, Benjamin Franklin Pinkerton, quien tras desposarla según una ley japonesa que le permite el repudio, ha regresado a su país. Cuando ella descubre que el hombre al que ama reaparece casado con una norteamericana, y solicita hacerse cargo del hijo de ambos que ella ha dado a luz durante su ausencia, pone fin al sueño occidental que la había poseído y se suicida mediante el harakiri.

En este choque de culturas está el conflicto. Ella representa al Japón, al remoto Oriente propuesto como enigma para Occidente, encarnado en un militar norteamericano.

Al comienzo de la obra, Cio-Cio San es apenas una mujer niña. Preparada desde su infancia de huérfana para una vida de geisha, que no desea, se lanza en los brazos del primer fanfarrón que la seduce. Infiel a su familia, a su país, a su religión, Butterfly crece bruscamente y su suicidio es la sanción que ella misma se infringe y el reencuentro, a través del rito de su autoaniquilación, con sus milenarios ancestros culturales.

Su vida ha estado signada por eventos traumáticos. Se define el trauma psíquico como aquel evento que por su magnitud, por la cualidad -amenaza a la integridad psicofísica o moral-, por el hecho de superar las posibilidades de elaboración psíquica o por sus secuelas provoca efectos psicofísicos.

En este caso, el suicidio del padre de Cio-Cio San se erige en trauma imposible de elaborar para la hija; su intensidad ha sido tal que ha modificado su “ser en la vida a partir de ello”. Para Cio-Cio San  no había otro camino posible que la dependencia.

En Cio-Cio San el recuerdo del pasado vive como marca, como texto a ser leído y releído para extraer de allí una mayor comprensión de quiénes somos y cómo hemos llegado a ser eso que somos, en palabras de Diana Sperling. No se trata del recuerdo como mera nostalgia de tiempos idos, sino de la memoria como registro. Somos producto de lo que hemos hecho y de lo que hemos omitido, pero también de las personas que ya no están. Somos, por eso mismo, responsables por los reclamos de voces que han sido acalladas, de testimonios que han sido desoídos, de vidas que han quedado truncas.

Cada generación, dice Walter Benjamin, tiene una deuda con las generaciones que la preceden. Y agrega Diana Sperling: también con las que nos suceden.butterflyer

A Cio-Cio San se le fue el alma. Su suicidio está dedicado a Pinkerton pero es a la vez un pasaporte a “un mundo y civilización idealizados”. Con este suicidio queda justificada su vida. Su hijo vivirá en un mundo que ella considera superior y con una mejor cultura y una mejor religión.

No se puede cuestionar el sufrimiento profundo de Cio-Cio-San al vivir como geisha, aceptar la cultura japonesa y el rol que la sociedad le daba a una mujer pobre. Mediante el acto suicida, se reencuentra con un padre japonés que se inmoló en su cosmovisión. “Muere con honor quien no puede seguir viviendo con honor”, proclama, pero también agrega: “Por ti, por tus ojos inocentes, para que puedas cruzar el mar sin remordimiento porque tu madre te abandonó.” Es decir que se elimina no sólo por honor sino para proveer de un mejor futuro a su hijo: “Si yo no puedo tener mejor vida, mi sacrificio vale para que tú puedas acceder a una vida mejor”.

Este suicidio abarca tres generaciones: el padre, que se suicida; Cio-Cio San, que se inmola y el hijo, que gracias al deseo y a la muerte de su madre podrá vivir “libre” en una patria idealizada que no le recuerde la pobreza, el sufrimiento y el desamparo de sus anteriores generaciones.

Cio-Cio San ha renegado de su fe, se ha sobreadaptado y ha dejado su religión. Con este suicidio vuelve a sus fuentes. Como no puede vivir, vivencia la muerte como salvación, redención y paz. Sólo la muerte la puede volver a hacer lo que ella es.

Había renegado y estaba feliz: en su altar se presentaba Jesucristo y la bandera estadounidense. Sólo tanto amor y devoción puede producir esa inversión del objeto y volverse contra sí. Vale preguntarse entonces cuál será el derrotero, el camino que seguirá este niño que recibió este mensaje de su madre.

Encontramos en Cio-Cio San una patología del deseo de fusión. Distinguimos el deseo de fusión saludable en relaciones vinculares humanas (madre-hija, pareja, entre otras) de la patología del deseo de fusión, determinado por el nivel de dependencia que genera y su estructura clínica. Los deseos de las mujeres se fundan sobre todo en el deseo de ser amadas, influidos por la internalización de un superyó cultural que valoriza el hecho social y afectivo de estar unida a otro, de tener pareja.

El deseo fusional, siguiendo a MariamAlizade, se convierte en una suerte de pasión; el amado tiene en sus manos el poder de dar extrema dicha o, a la inversa, enorme sufrimiento.

El conflicto entre ser amada y depender gatilla en ocasiones una furia narcisista que alterna con vivencias de desvalimiento. La demanda de amor es excesiva. La mujer confirma la profecía autocumplida de que no puede ser amada.

Cio-Cio San, por medio del suicidio, se fusiona con el padre y logrará finalmente ser amada.

* Médica psiquiatra y psicoterapeuta

 

 

 

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Marque como favorito el Enlace permanente.